Y me
pregunto lo que dura una dicha.
La vida con
su carne podrida rompe en despojos de lamentos lo más preciado del temple, la
que pulsó mis cuerdas desafinadas, mis poemas decolorados.
La huella de
un pasado que no olvida muere en el sudor del papel.
Impronta
transparente de segundos efímeros.
Te hollé y
se desvanecieron mis pasos.
Vida
desagradecida, surcada de proa a popa, teñida con cántigas de desespero y
alguna gota de virtud.
Pero no he
de declinar, no he de incurrir en el vano llanto de lágrimas evaporadas.
Porque yo
estuve aquí, pisé tu jardín.
Y aunque
esos soplos de existencia se perderán en el tiempo, no me importa el olvido, ya
que en la soledad se disipa lo acontecido y se muere en polvo de huesos
blanquecinos.
No necesito el
eco de mis melodías para seguir escuchando lo vivido.